Un día abres los ojos y ves como la vida ha pasado en un
suspiro; como el niño de ayer, hoy, ya es un hombre maduro.
Compruebas que el tiempo tiene otra dimensión, que ya no
corres en todas las direcciones.
Que ya te quedan pocos puentes que cruzar y el que te ha
llevado a donde estás, te da una perspectiva diferente de la vida.
Aunque no existe la ilusión infantil, sí que hay experiencia
y esperanza, ganas de seguir sorprendiéndote.
La luz de cada día te hace ver con más claridad lo que
realmente merece la pena en la vida.
Si llegas a este momento conservando tus sueños, sin duda
has triunfado.
Si dejas que el aire de cada madrugada renueve tu vida y te
sientes unido a todo, más que dominándolo todo, ya has aprendido algo importante.
Al final comprendes que todo es cambio, que todo está en
movimiento y fluye sin cesar.
Te das cuenta que en ocasiones el tener tiempo para
disfrutar del silencio es algo mágico.
Y que cada vida que desaparece, da lugar a un nuevo ciclo
lleno de color y esperanza.
Ahora podemos distinguir mejor los matices de todo lo que
nos rodea y somos un poco más sabios, al tiempo que somos conscientes de lo
mucho que ignoramos.
Ya no podemos echar la culpa a nadie de lo que nos sucede,
porque el camino es nuestro y lo recorremos según nos dicta nuestro corazón.
No me culpo por las cosas vividas. No guardo rencor.
Tan solo intento que mis sueños no mueran porque con ellos
moriría yo.
Cada día intento que mis pensamientos sean como flores que
adornen mi vida, que la llenen de magia y fantasía.
Pero sobre todo, no pierdo la oportunidad de disfrutar de
cada instante maravilloso que la vida me sigue regalando.
Mientras siga respirando, seguiré agradeciendo, que la vida
me sorprenda siendo una mezcla de equilibrio y cambio que no cesa de fluir, en
la que solo soy una gota, que algunas veces olvida que está unida a todas las
demás que forman el río de la vida.
Autor desconocido.
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