lunes, 14 de marzo de 2016

Cuando aparece un maestro

A veces la vida te trae personajes que nos cambian la vida. “La Rubia”, éste es el personaje en cuestión, ingresó a nuestras vidas sin siquiera darnos cuenta. Se adoptaron mutuamente con mi hija Lara y luego por esas cosas de la vida se estableció con nosotros.
Del vamos nomás nos compró con un carácter dulce y una mirada de esas que enternecen, a pesar de que comenzaba a librar una batalla desigual. Su dolor no fue obstáculo para que en cada ocasión que tuviera demostrara su cariño lamiendo los dedos de la mano que la acariciaba y mirando a través a través de esa cortina de pelos con esos ojos pedían las caricias a gritos.
Lara, la fue atendiendo con dedicación, paciencia, esmero y amor,  y ella se entregaba con confianza a pesar de que era manifiesto su intenso dolor. Y así fueron transcurriendo los días hasta el desenlace.
La Rubia ya no está, pero los seis meses que duró su paso entre nosotros bastaron para que mi médica preferida aprendiera algunas virtudes que le van a servir de por vida en su desempeño profesional:
  • ·         La atención amorosa del que está sufriendo una enfermedad
  • ·         La paciencia para no apurar el tiempo de las curaciones y medicaciones
  • ·         La ternura en la atención
  • ·         La consideración y la compasión para contener al que sufre
  • ·         La esperanza para seguir peleando, a pesar de cualquier diagnóstico
  • ·     La templanza para aceptar los designios que Dios tiene para cada una de sus criaturas

Hija, ésto es lo que vino a enseñarte esta pequeña bola de pelos hirsutos. Nunca lo olvides. Ya no serán perros, serán personas pero el desamparo de la enfermedad es para todos igual. Seguramente, más de una vez, no te reconocerán el sacrificio, no tendrás el “lamerte los dedos” en agradecimiento como único y maravilloso pago. No importa vos ponele a todos la misma dedicación que yo pude ver en estos meses. Esa es tu misión, para eso has venido.
Y cuando te sientas cansada, frustrada (como a veces nos suele suceder) y tengas ganas de abandonar todo, solo para un momento, tomá aire, sacudite un poco y volvé a empezar.
Si hay un cielo de los perros a esta hora “La Rubia” estará repartiendo su ternura y ya sin su dolor. Nosotros tenemos que agradecer su paso por acá y tan coherente fue que solo te dejó el día en que comenzaste a ejercer tu profesión de médico.

No “era un perro nada más”, fue tu maestro.